Francisco Ángeles: No piensen que están haciendo literatura

La Calata Culta
Leslie Guevara es directora de la escuela de escritura Machucabotones. Es autora invitada en los libros de relatos "Sexo al cubo", "Hermosos ruidos" y "21 relatos sobre mujeres que lucharon por la independencia del Perú". Es editora del libro “Once Veces Tú”. Ha realizado talleres de narrativa en cárceles peruanas, en coordinación con la Asociación Dignidad Humana y Solidaridad fundada por el padre Hubert Lanssiers. Actualmente escribe su primer libro.Una vez deseé conocer a un escritor peruano, que esté vivo y que yo pueda admirar. Y así fue porque hace unos días conocí al escritor Francisco Ángeles. El año pasado publicó su segundo libro llamado Austin, Texas 1979. Ya va por la segunda edición y ha sido muy bien comentado. Libro que escapa de lugares comunes, utiliza los adjetivos necesarios y te hace sentir ahí en la historia. Entonces yo aproveché su estadía en Lima y nos encontramos en el bar Piselli a conversar y a dejar el tiempo fluir.
¿Quién te enseñó a escribir?
Bueno, yo creo que nadie te enseña a escribir…
De pequeño, ¿quién te agarró la mano y te dijo “así se escribe”?
Ah, o sea te refieres a quién me alfabetizó. ¿Así, literalmente? Eran dos profesoras, una se llamaba Julia y la otra se llamaba Bertha. A Julia nunca más la volví a ver. A Bertha la volví a ver cuando tenía 17 años.
¿Cómo así?
Porque cuando tenía 17 años terminé el colegio y pasé por un período de vagancia absoluta. Estuve ocho meses sin hacer nada. No tenía muy claro qué quería hacer. Quería ser escritor, pero sabía que eso no era una carrera. Tenía tres amigos en la pre Pacífico… y mi mamá habló con Bertha, porque ella conocía unas personas ahí y así retomé contacto con ella, como para que me cuente más o menos cómo era, qué debía hacer. Fue como una guía en la segunda etapa de mi vida, la persona que me trataba de encarrilar. A ella la recuerdo con cariño.
Estudias en la Pre Pacífico, después Pacífico, luego La Católica y te vas a Miami, ¿qué hacías allá?
Trabajos de todo tipo. Carpintero, en fábricas, lavar taxis en el aeropuerto, cosas así.
Suena bacán.
Sí, tal vez suena bacán ahora, en ese momento no era tan bacán.
Lo digo porque no solo eres una persona que escribe, sino que puedes reparar una puerta.
No reparaba puertas exactamente, lo que hacía como carpintero era adornar con madera rincones de casas de, digamos, “clase alta”.
¿Disfrutabas de esos trabajos?
No tanto. Yo sentía que, como tenía 20, era una experiencia que iba a recordar con cariño. En ese momento no era tan grato. Recuerdo un día en el que estábamos trabajando en una casa, verano, como a 40 grados, yo estaba con mi martillo en la mano, así, clavando. Era una casa muy bonita y entonces volteo y veo a un perro al frente de la piscina, creo que era rottweiler, con su balde de agua, su buena comida y dos ventiladores a los costados. Claramente ese perro vivía mejor que yo. Luego de un tiempo hablé con mis padres, regresé y entré a San Marcos.
¿Cómo te sentías en San Marcos luego de haber regresado de Miami?
Me sentía viejo, tenía 22 y había vivido algunas experiencias. Y mis amigos eran menores que yo, me sentía el tío del grupo.
¿Comenzaste a escribir a partir de esa época?
No, escribo desde los 14.
¿Ya en serio?
Para mí siempre fue en serio. Siempre pensaba en la escritura como una actividad social. Yo quería hacer un libro que sea bueno y que sea leído. Y que me pueda dar cierta presencia social como escritor.
¿Y hasta ahora sigues con esa idea?
La estoy retomando. A los 20 pensaba en la literatura como algo íntimo. Ahora estoy retomando esa idea de mi adolescencia de la literatura también como actividad social. Soy muy optimista y, a la contra de la mayoría, creo que la literatura tiene todavía un espacio grande de crecimiento. Que muchas más personas pueden volverse lectores, que se pueden vender más libros. Pienso que el escritor puede volver a tener hoy la relevancia social que no tuvo en los últimos treinta años.
¿Qué tal tu estadía en Lima?
Esta vez muy bien.
¿Y cuando no fue muy bien?
Nunca fue buena. Llegué a Lima el sábado pasado, y en estos días me he reconciliado con la ciudad. Porque a mí Lima nunca me ha gustado. Y creo que me gustó mucho menos desde el momento que sentí que era limeño.
¿Y cómo “sentiste que eras limeño”?
Cuando me fui a vivir a Cusco. Antes de irme a Miami no me consideraba nada. Allá me di cuenta de que era latino, luego peruano. Pero no limeño. La identidad limeña apareció cuando me fui a vivir a Cusco: la gente te pregunta de dónde eres y tú dices “de Lima”. Y entonces asumen que tienes unas características determinadas, no muy positivas.
¿Como cuáles?
Autoritario, conchudo, siempre tratando de sacar provecho de las situaciones. Ganas lo máximo que puedas con el mínimo esfuerzo. Y me fui dando cuenta que en el fondo ellos tenían un razón, o al menos no estaban equivocados al 100%. Son cosas que uno va descubriendo con el tiempo, de las que no era consciente porque están interioriadas, y las odia de inmediato.
¿No crees que todo el mundo puede tener esas características encima?
Es verdad. Puedes ser de una manera u otra siendo limeño, cuzqueño, chino o lo que sea. Pero sí creo que en Lima tenemos marcadas ciertas características de las que no somos tan conscientes, quizá porque nos parecen normales.
¿Cómo cuáles?
La violencia, no sólo en el acoso sexual sino en el lenguaje. Insultar en el trato cotidiano, incluso cuando se trata supuestamente con cariño a otro. Pero cuando vas a otro lugar descubres que tampoco es tan normal. Esa violencia cotidiana sí me parece muy de Lima.
¿Y vas a regresar a Filadelfia?
Me voy a quedar un par de años más en Filadelfia y luego iré a otro lugar. Yo la paso de puta madre allá y no extraño la comida peruana ni nada de eso.
¿Cuándo empezaste a escribir tu novela Austin, Texas 1979?
En 2012.
¿Y fue rápido el proceso?
En tiempo de escritura efectivo fue cinco meses. Pero repartido.
¿Cuándo empezaste a escribir esta historia ya ibas con la idea de publicar?
Siempre escribo para publicar, me parece que no tiene sentido escribir para no publicar.
¿Sí?
Sí, yo creo que uno tiene que escribir para comunicar algo. Eso me gusta, no creo que tenga mucho sentido escribir para uno mismo. La escritura en general tiene que conectar con alguien. No me imagino teniendo este libro inédito.
¿De qué manera te interesa el ser humano?
Mi respuesta intelectual sería que hay una discusión muy antigua sobre si el ser humano es bueno o malo por naturaleza. La otra es si el ser humano tiene un impulso hacia la destrucción natural: lo normal para él es destruir, joder, matar. Me interesa el lado político de la pregunta: el comunismo parte de la idea de que el ser humano es bueno, no necesitas un poder que te controle porque el ser humano es bueno. Y lo contrario sería la tradición de Maquiavelo, en la que me interesa especialmente Carl Schmitt, que fue un jurista, un teórico político alemán cercano al nazismo, igual que Martin Heidegger: ellos creían que el ser humano no era bueno por naturaleza, entonces el nazismo o cualquier otro sistema totalitario era necesario para controlar el caos. Es una pregunta religiosa, en el fondo.
¿Para ti qué sería la patria?
Uno de los mejores inventos para explotar a la gente con su consentimiento, y hasta con su satisfacción. Muero y mato por mi país, estoy peleando por algo superior. Es un concepto con el que hacen lo que quieran contigo.
¿Por qué escribes?
Porque me gusta la escritura misma y la discusión. Me gusta que me comenten. Me gusta hablar de lo que escribo. Me gusta la vida de escritor. Algunos piensan que uno debe elegir si quiere ser una persona que escribe o ser un escritor. O sea, si eres tú solo peleando con las palabras o lo otro, muy opuesto, yendo a ferias y en entrevistas y cosas así. Yo no lo veo muy diferente. Creo que son dos aspectos del mismo proceso.
¿Cómo te sentías con tu escritura antes?
Yo pensaba que tenía que aportar algo nuevo a la literatura, ser original, rara, distinta. Intenté hacer eso con mi primera novela. Luego me di cuenta de que muy poca gente la entendió, que estaba dirigida a un tipo de público muy específico y muy pequeño. Para mí eso fue traumático. Por eso decidí escribir un libro que pueda enganchar con cualquiera, pero que al mismo tiempo sea un libro serio, de alta calidad literaria, que pudiera gustarle al crítico más académico o más intelectual y también a quien lee un libro cada cinco años. Creo que eso, jugar con éxito en los dos frentes, es el verdadero reto.
El sexo en la escritura es un tema que me interesa.
Yo quería escribir sobre un sexo que fuera real para mí. Creo que los escritores, cuando hablan de sexo, piensan en la literatura que han leído y no en su vida sexual. Tratan de hacer metáforas donde no caben metáforas. Una de las cosas que he evitado en esta novela es describir a las mujeres, porque hay una tradición literaria que dicta que todas las mujeres son hermosas… y no es así. Esta idealización del sexo tiene que ver con la idea de la mujer bella y, en los casos más críticos, la chica virgen. Una tontería. Yo quería narrar el sexo real sin transcendencia. Sin contexto de amor, sin el “estamos enamorados”. Es una reivindicación del deseo sexual.
¿Qué le dirías a la gente que escribe y se encuentra en un bloqueo?
Que no piensen que están haciendo literatura. Que no piensen que están escribiendo un libro. Que no piensen que están haciendo una novela ni nada. Que traten de ser auténticos con lo que quieren expresar. Simplemente que salga su voz, lo más clara y nítida posible. En la medida en que lo consigan va a estar bien lo que escriban.
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