La Calata Culta Domingo, 17 enero 2016

Come la salchipapa

La Calata Culta

Leslie Guevara es directora de la escuela de escritura Machucabotones. Es autora invitada en los libros de relatos "Sexo al cubo", "Hermosos ruidos" y "21 relatos sobre mujeres que lucharon por la independencia del Perú". Es editora del libro “Once Veces Tú”. Ha realizado talleres de narrativa en cárceles peruanas, en coordinación con la Asociación Dignidad Humana y Solidaridad fundada por el padre Hubert Lanssiers. Actualmente escribe su primer libro.

Ilustración: Paulo Rocker.

Ese día desayuné en el Glotons con mi papá. El surtido estaba rico pero la salchipapa no la pude acabar. No era mi culpa, a él se le antojó, luego se llenó y dijo Comételo, come la salchipapa. Y yo le dije Papá, en el desayuno se toma jugo, tostadas o una ensalada de frutas, pero él no entiende de alimentos saludables y movió la cabeza. Mi papá tiene diabetes, pero sigue comiendo de todo. Solo cuando a algún artista le cortan la pierna se acuerda de que tiene diabetes y dice Me tengo que cuidar, ¿no?

Mi papá le pidió al mozo que le pusiera los restos dentro de una bolsita. Luego movió la cabeza como quien dice Tú siempre dejando.

—Mejor hubiéramos comido en Angamos con Dante, ahí hay una señora que vende desayunos buenazos.

Sonreí mientras respondía un mail en mi celular, me causa gracia que mi papá siempre quiera comer en ambulante, así pasen los años. Pedí la cuenta, mi papá se acomodó el jean sobre el asiento y luego me dijo que el día anterior le había pasado algo raro.

—Te lo cuento para sacarme la sensación, porque sino no podré dormir. Deja el celular, pues. Estaba sentado en el wáter del baño de Vivanda, ese que está en Pardo… cuando de pronto me meten un papelito a la altura de mis zapatos.

—¿Y lo agarraste?

—Primero me quedé cojudo porque es un baño de hombres, obvio que hay un gil al costado. Me dio asco y lo agarré.

—¿Qué decía?

—“La puerta está abierta, puedes entrar”.

—Ja, ja, ja.

Mi papá me contaba su experiencia en el baño y yo no sabía qué hacer para detener la risa. A él se le veía que estaba indignado, se pasaba la mano por la cabeza para acomodarse el pelo. Y yo le veía algunas canas a la altura de la sien. Mi papá ya no es un chiquillo, pensé.

—Salí, me lavé las manos y me quedé ahí unos segundos, decía “¿qué hago?” Y luego salí del baño, a la mierda.

—¿Por qué no le diste una patada a la puerta donde estaba ese huevón? Le hubieras dicho “¡Oye, conchetumare!”.

El mozo nos dejó la cuenta sobre la mesa y mi papá pidió factura. Al rato su celular empezó a sonar. Pude escuchar una voz de hombre que le decía ¿A qué hora vienes?

—Ya me tengo que ir. Si no voy, una pared se cae.

—Pero termina de contarme, pues.

—Yo solo salí a comprarme una botella de agua con gas, para tomar mis pastillas. Entonces aproveché y entré al baño un ratito. Tenía que regresar a la construcción, no me iba a pelear.

Mi papá sacó un papelito de su billetera y yo ya sabía qué era. Me lo mostró.

—Aj, qué cochino eres, ¿por qué lo guardaste?

—Para enseñarle a tu mamá en la noche. Si no, no me va a creer.

El mozo vino con el vuelto y la bolsa con la salchipapa.

—Llévaselo para Rocco, le va a gustar el hot dog —me dijo, sacando el casco de su mochila. Limpió el casco blanco con una servilleta y polvo de concreto cayó sobre mis sandalias. Se rió y se lo puso, guiñándome un ojo.

—Papá, aún no iré a la casa, tengo que hacer compras y luego voy a pegar mis afiches.

A mi papá no le importan mis compras, igual me dio la bolsa. Nos despedimos en la calle y yo tomé un taxi, le dije al taxista que me llevara a dos cuadras del colegio Weberbauer. Me sentía ansiosa y nauseosa, esas pastillas para eliminar los quistes me ponen así… De pronto recordé una canción y la canté en voz baja, para calmarme.

En el bosque de la china, la chinita se perdió, como yo andaba perdido nos encontramos los dos. 

Era de noche, y la chinita, tenía miedo, miedo tenía de andar solita. Anduvo un rato y se sentó, junto a la china, junto a la china me senté yo.

Me bajé una esquina antes de la casa de K. Unos perros pasaron por mi lado y les hice cariño, seguro huelo a Rocco… Seguí caminando y dos casas más allá vi un patrullero estacionado: me sobresalté y me toqué los bolsillos. Luego recordé que no soy un criminal y seguí caminando.

K me estaba esperando en la puerta. Nos sentamos en su terraza y bebimos sangría. Hacía calor y no sé cómo empezamos a hablar del terrorismo en Lima, del ataque en Tarata. K me contó que esa tarde estuvo a una cuadra de allí, grabando un corto en la casa de unos amigos, y en la noche, mientras esperaba su combi, escuchó un sonido muy fuerte y luego todo fue humo. La gente gritaba, había una niña llorando a la que le faltaba un zapato, y él tenía esquirlas de vidrio en la pierna, le estaba sangrando pero no se había dado cuenta. Yo me impresioné con su historia.

Se levantó el jean y me mostró una cicatriz en la rodilla.

K me dijo que salía un ratito a comprar cigarros, yo creo que se fue a comprar condones. Aproveché para ir al baño, pero en el camino cambié de idea y me metí a su habitación: quería saber cómo vivía, si era ordenado y si colgaba su ropa. Para mí es importante que el hombre sea ordenado. Su cama estaba tendida. Vi un libro de Ribeyro y otro de Bukowski sobre su escritorio, también vi la foto de una niña en un triciclo y muchas películas sobre un estante. Me gustaba el olor a palo santo. Regresé rapidito a la terraza, me senté donde estaba y lo esperé. Cuando regresó, me dijo que había comprado otra sangría.

—¿Me quieres emborrachar como a un pavo?

—No es eso, loca. Solo que nos hemos tomado el que uso para cocinar.

Se acercó a mí.

—He comprado algo más rico.

Y cuando terminó de decir la palabra “rico”, ya tenía su boca en mi cuello. Entramos a su habitación manoseándonos y caímos sobre la cama. Le ayudé a sacarme el jean y él empezó a besarme la entrepierna, me sentí como Victoria Abril en ¡Átame!, con todo ese entusiasmo sexual. Fue un juego. Lo único importante de ese día es que follamos buenazo mientras escuchábamos Piano bar a todo volumen. Su pene era circuncidado, grueso y afeitado, olía a jabón Heno de Pravia y yo lo quería dentro una y otra vez.

Luego del orgasmo nos quedamos conversando. Él me contó cómo construyó su primera cometa a los ocho años. A K le gusta recordar y ponerse triste, no me acordaba de eso. Me dijo que tenía que presentar su cometa para un concurso en su colegio. Su papá le ayudó y le quedó tan bonita que le pusieron la nota más alta, pero a la salida unos niños de secundaria se la quitaron y se fueron corriendo. Él los persiguió gritando Mi cometa, mi cometa, pero los mierdas corrían más rápido y al final se la rompieron y la arrojaron a la pista. K lloró mucho ese día. Yo lo observaba como a un perrito mojado. Me dan pena las historias de K. Yo le dije que lo defendería de los niños malos solo si su pene seguía entrando en mi vagina. Luego busqué la bolsa de la salchipapa en mi mochila y se la entregué.

—Cómetelo, come la salchipapa —le dije.

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Amigos de todas partes, comparto con ustedes el flyer de los talleres de escritura que estamos organizando en Machucabotones para este mes. Hay más información acá. ¡Hasta pronto!

 

La Calata Culta

Leslie Guevara es directora de la escuela de escritura Machucabotones. Es autora invitada en los libros de relatos "Sexo al cubo", "Hermosos ruidos" y "21 relatos sobre mujeres que lucharon por la independencia del Perú". Es editora del libro “Once Veces Tú”. Ha realizado talleres de narrativa en cárceles peruanas, en coordinación con la Asociación Dignidad Humana y Solidaridad fundada por el padre Hubert Lanssiers. Actualmente escribe su primer libro.