La Calata Culta Sábado, 2 julio 2016

Aunque todo se vaya a la mierda

La Calata Culta

Leslie Guevara es directora de la escuela de escritura Machucabotones. Es autora invitada en los libros de relatos "Sexo al cubo", "Hermosos ruidos" y "21 relatos sobre mujeres que lucharon por la independencia del Perú". Es editora del libro “Once Veces Tú”. Ha realizado talleres de narrativa en cárceles peruanas, en coordinación con la Asociación Dignidad Humana y Solidaridad fundada por el padre Hubert Lanssiers. Actualmente escribe su primer libro.

[Harumi Hiranoka]

Quería llamarte y decirte Oye, culéame. Luego nos podemos ir a tomar una cerveza por ahí pero primero ven, pues.

Huevadas que una piensa cuando está arrecha.

Los minutos pasaron y sentí muchas ganas de verte, pero no te llamé. Me dije Mejor no, y comencé a recordar todas las cosas que me joden de ti. Uno, tu descaro. Dos, tu gusto por el ketchup. ¿Me estaré haciendo mayor? pensé, mientras jalaba despacito de mis vellos púbicosEsa mañana el televisor estaba encendido y en el noticiero decían que había ocurrido “una tragedia” en Ate: un cliente le había mordido la oreja al dueño de una bodega porque no quiso venderle licor, y luego se había dado a la fuga. El bodeguero, con un trapo ensangrentado en la cabeza, pedía que le pagaran la operación. El camarógrafo hizo un plano de su cara. Con los ojos húmedos el bodeguero señaló la vereda donde había un pedacito de oreja.

Me levanté de un salto: no lo podía creer, tenía que observar de cerca. También te pueden morder la oreja, ¿no? pensé.

Bupsy me había escrito al WhatsApp, decía que ya estaba saliendo para mi casa. OK, acá te espero, nena respondí, y puse una carita feliz. Se iba a demorar media hora. Yo me dije ¿Qué puedo leer? Estaba por acabar CeroCeroCero pero pensé No, hoy quiero leer otra cosa. Muchas torturas con ese Saviano. Cogí Trópico de cáncer y un rato después estaba diciéndome Con razón Anaïs Nin estaba templada de este Henry Miller. Parece un sinvergüenzaMe gusta su manera de contar las cosas, es como si estuviera recostado en su cama con un vaso de cerveza en la mano.

Ahí comencé a pensarte y deseé tu pene dentro de mi culo.

Te he extrañado bastante. Aunque ahora las cosas han cambiado, te extraño. Hay temporadas que son muy sexuales, y solamente pienso en tirar, pero hay otras en las que prefiero escribir y estar sola. Qué huevada, ¿no? Así comenzaría a hablarte. Pero no hice ni mierda.

Me quedé sentada sobre mi silla rosada, metiéndome el dedo en la vagina. Pensé en tu pene un rato. Porque tu pene me gusta. Porque tiene buen olor. Porque es limpio. Y la higiene es muy importante para mí. Luego de masturbarme vi una porno española en internet, era sobre un cura y una chica. Así quise olvidarte. Un cura hacía misa dentro de un car wash y cuando le daba de comulgar a la chica le metía el dedo en la boca. Ella le succionaba el dedo mientras el cura se tocaba la entrepierna con la otra mano. Luego la chica se iba a confesar.

—Padre, he estado con tres hombres hoy.

—Eres una puta.

—Lo sé. Pero me gusta cachar.

—Lo que has hecho es un pecado y vas a arrodillarte.

La chica decía Sí, sí, sí y el cura se agachaba para olerle el culo, le daba palmazos, y yo me sentía como un animal encerrado… Quería pinga, ¿manyas eso?

[Harumi Hironaka]

Cuando Bupsy tocó el timbre me contenté. Por fin, conchesumare, ya no puedo seguir pensando en ese huevón. Así pienso en ti: ese huevón. Me puse mi vestido negro, busqué mis pantuflas rosadas debajo de la cama y corrí a abrir la puerta. Ella subió las escaleras y nos saludamos, pero al hacerlo puso su cachete contra el mío.

—Oye, ¿así saludas ahora?

—Ya, ya. ¿Ya estás lista?

Fui al baño a maquillarme y pensé No me voy a resentir con Bupsy. No me dio el beso. Me dio el cachete. Pero yo la quiero, es mi amiga.

Luego fui al cuarto a buscar mi pareo: busqué dentro del clóset, en los cajones de la cómoda y en el cesto de la ropa sucia. Seguro alguien lo agarró, pensé. En el último cajón de la cómoda estaba la sábana rosada de dinosaurios bebés que yo había usado en la infancia, una hermana de mi abuela me la había mandado de EE.UU. No sé qué hacía allí. Qué chucha, dije, y la guardé en mi  bolso.

Antes de entrar en la cocina escuché la voz de Bupsy.

Siri, escuché, busca la canción El hijo de Tuta de Lisandro Mesa en Youtube.

Me pareció tan raro. Crucé la puerta, Bupsy estaba apoyada en la pared. Yo abrí el refrigerador para sacar el vino.

—Bupsy, ¿desde cuándo te gusta la cumbia?

Se rió.

—Es que el otro día fui con André a una pollada bailable, alucina.

—¿Una pollada? ¿Quién es André? Oye, ¿qué quieres tomar?

La canción de Lisandro Mesa sonaba en su iPhone y comenzó a gustarme.

—Vino dulce. Dame vino dulce.

Bupsy es terca y chusca, siempre quiere vino dulce.

—¡Que sea Malbec! —dije yo.

—No, es muy amargo.

—¿Qué hablas? No es amargo.

Adonde Bupsy va, pide vino dulce. Para qué llevarle la contra. Así que busqué el sacacorchos y abrí la botella sobre el lavadero. Bupsy sacó una bolsita de su cartera.

[Hidemi Ito]

¿Qué es eso? —le pregunté.

Vacié la botella en el tomatodo de mi hermana.

—Ya, pues, ¿qué es eso? —volví a preguntarle.

—Hongos alucinógenos. Una dosis de tres hongos.

Se rió. Nos sentamos en la mesa de la cocina. Acercó la bolsa a mi rostro y me dijo huele.

—Oye Bupsy, ¿no te da asco?

—¿Qué cosa?

—Eso huele a establo.

Bupsy a veces se raya. Sacó un hongo —parecía un pequeño pene con el tronco flaquito, color beige— y lo masticó lentamente mientras sonaba El hijo de Tuta.

Luego observó su reloj y preguntó ¿A qué hora me hará efecto esta huevada? pero yo no supe qué responderle.

—La chica me puso la bolsita en la mano, le di su plata y se fue en su skate —dijo.

En ese momento la observé: me di cuenta de que se había depilado las cejas. No me gusta que se depile tanto.

—Oye, qué me miras, come tu hongo —me dijo.

—No, mejor no.

—¡Tienes que comer, los he comprado para ti!

—Es que huelen muy mal… Me dan asco, deben saber a caca de vaca.

—¿Tú has comido caca de vaca?

—No.

—¡Pareces una niñita!

—¡No voy a comer!

Lo que pasaba es que no quería irme a la mierda.

Ella me miró y miró la bolsita. Dijo No estoy para cojudeces.

Así que vació la bolsita en su boca y masticó los hongos que quedaban.

Qué fea huevada, pensé yo.

[Harumi Hironaka]

Bupsy comenzó a hablarme de André mientras masticaba. Me dijo que se la había chupado en el cine. Que lo conoció en el Latinchat y que desde hacía dos semanas conversaba con él y le parecía lindo. Me mostró su Facebook en el iPhone. No parecía lindo.

—Bupsy, ¿cómo te vas a acostar con un recién aparecido? —le dije.

—Ay, Saturna, desde que andas con gente mayor te has puesto toda cucu, ¿no?

—Cucu, ¿qué?

—¡Cucufata, huevona! —me dijo, mientras sacaba un colette de su cartera.

No me gustó.

Salimos del departamento. Bupsy se hacía un moño en el cabello, su colette era azul y tenía cabecitas de David Bowie estampadas. Caminamos hacia el parque Pérez, que queda a tres cuadras de mi casa. Antes, cuando éramos colegialas, íbamos a ese parque a jugar botella borracha. Eran bonitos días, pero luego Bupsy se mudó a Miraflores y las cosas cambiaron. Ya casi nunca bajamos al Pérez.

Ella quería recostarse en un árbol, así que caminamos hacia uno que estaba en el centro del parque. Me agaché y toqué el pasto. Estaba seco.

—Acá hay que sentarnos.

Yo extendí la sábana y nos sentamos, ella puso música en su celular, creo que era algo de Taylor Swift. Señaló una banca y dijo ¿Te acuerdas? Y yo le dije ¿Qué cosa? Y ella me dijo Ahí, en esa banca, hace diez años estábamos sentadas leyendo una revista Cosmopolitan y unos chibolos nos mojaron.

Recordé eso, que nos habían mojado. Era temporada de carnavales y ninguna de las dos quería estar en su casa. Solo queríamos saber cómo se besaba. Por eso íbamos al parque con mi Cosmopolitan, para aprender todos los tips para besar.

Nos quedamos largo rato echadas. A las dos siempre nos gustó estar así, sobre el pasto. Yo tomé un poco de vino del tomatodo, y luego ella hizo lo mismo. Se echó sobre la sábana y empezó a mover sus ojos de un lado a otro, rápidamente. Parecía una loquita. Me reí. Es imposible no reírse al lado de Bupsy. Me dijo que el chico le dio confianza porque estudiaba administración en la UPC, fueron al cine a ver El Conjuro 2.

—¿Y qué tal la película? —le pregunté.

—No vi casi nada porque estaba con su pene en mi boca.

Cerró los ojos, divertida.

—Anda, loca.

—Él se vino ahí en la sala.

Eso lo dijo más bajito.

—¿Y cómo hiciste para limpiarte?

—Con su polera.

—¿Y la gente? ¿Nadie los miraba?

Bupsy soltó una carcajada. Vi unas gotitas de sudor en su nariz. Pensé Qué raro, porque yo no tenía calor.

—Fuimos a la función de las tres de la tarde en el Cinemark del Jockey.

—¿Cómo te sientes?—le pregunté.

Lo pensó un momento y se sentó con cierta dificultad. Respiraba con agitación, aunque no era muy notorio. Me miró con una expresión extraña, como si sintiera deseos de vomitar, y luego bajó la mirada y miró la sábana.

—¡Los dinosaurios de la sábana están bailando! —dijo, llevándose las manos a los cachetes, igual que Macaulay Culkin en Mi pobre angelito.

—Qué hablas, huevona. ¿Ya te subió?

Ya se fue a la mierda esto, pensé.

Bupsy soltó un sonido de asombro con la boca, una especie de graznido.

Luego yo pensé No. Igual hay que divertirnos.

—¿Qué quieres hacer? —le pregunté.

—Quiero ir a tomar a otro lado —me dijo. Alzó la mirada y me estudió, como si tuviera una mosca en la cara.

—Luego de haberte contado toda esa historia sexual, quiero beber —añadió.

—Todo bien, en esta vida tenemos que tirar mucho —le dije.

La ayudé a levantarse. Le dije Agarra un ratito mi bolso, voy a recoger la sábana.

[Hidemi Ito]

Bupsy sujetó mi bolso contra su cuerpo, como si fuera un bebito. Traté de hacerme una idea de su estado. Me pareció que no se le veía mal. Luego traté de pensar en un amigo que viviera cerca con el cual no estuviera peleada. No se me ocurrió ningún nombre. Luego pensé que no era tan importante que viviera cerca.

—Vamos a ir a ver a mi amigo J. ¿Te parece? —dije.

—¡Vamos a donde sea! —dijo.

Mientras caminábamos las dos cuadras hacia el paradero llamé a J para preguntarle si podíamos ir a su casa. Me dijo que justo estaba saliendo a una reunión en el Callao. Oh, dije yo, sin saber cómo continuar. Pero prefiero verte a ti y a tu amiga. Vengan nomás, dijo J luego de un momento. Colgué. Yo sujetaba a Bupsy de la mano y cuando cruzamos la pista tuve que decirle Con cuidado, con cuidado. Detuve un taxi y nos subimos. No hables nada, ¿ya? le dije, acercando mi boca a su oído, porque la sentía temblar un poco. Ella asintió con la cabeza, pero unos minutos después empezó a hablarme de André. Me dijo que había sido “un descubrimiento”.

—¡Yo pensaba que porque tenía pelo en el pecho iba a tener pelo en el pene, pero no fue así! —dijo.

—¡Cállate! —le dije.

Busqué un pañito dentro de mi bolso y luego se lo pasé por la frente.  

Llegamos rápido a la curva de Chorrillos.

—¡Deténgase acá! —le dije al taxista.

—¿Estás segura que es acá? —preguntó Bupsy.

—No lo sé, pero mejor que nos deje acá y caminamos.

Saqué un billete de diez soles y le pagué al taxista. Me tenía que dar dos soles, pero quiso engañarme dándome una moneda de sol. Yo le dije Señor, ¿usted cree que estoy borracha? Falta.

Bupsy y yo caminábamos de la mano por un parque y en un momento tuve que subirme el jean, porque se me estaba cayendo.

—Bupsy, vamos a ir a ver a mi amigo J y lo vas a saludar y le vas a preguntar qué tal le ha ido en el día, ¿ya?

—¡Claro! ¿Tan mal me ves?

—No es eso, solo digo por si te olvidas.

—A ver, préstame tu espejo.

Le di mi espejo y le di mi labial. Caminamos hacia una tienda y le dije Siéntate acá, voy a comprarme un cigarro.

Compré el cigarro pero no lo encendí. Llamé a J para decirle que ya había llegado, pero no estaba segura de cuál era su casa. Él me dijo Quédate ahí, yo voy a buscarte.

Al salir le pregunté ¿Bupsy, tú tienes encendedor? Pero no me respondió.

—¿Bupsy, qué has hecho?

—¿Qué, así no te maquillas?

—¡El labial es para tu boca, no para tus ojos!

—¡Ya sé! Pero si no me maquillo los ojos, se me ven hundidos.

Parecía una niña aprendiendo a maquillarse. Me senté a su lado, le quité el labial y le arreglé los contornos de los párpados con el pañito. De pronto recordé a mi perra Allujo, porque a veces a ella le saco las legañas. Tocarle los ojos a alguien es un acto de intimidad.

Bupsy ya no estaba sudando. Se le veía bien, aunque se movía con algo de nerviosismo.

—Me siento paranoica. Siento que nos observan —dijo.

Me estaba desesperando. No me gustaba estar en ese lugar de noche y con Bupsy en ese estado. Nos podían robar.

—Tú tranquilo, yo nervioso —dije.

Cuando J se acercó caminando desde una esquina no lo reconocí. No sé qué se había hecho, creo que se había cortado el pelo. Traía puestos unos jeans sueltos y un polo de Donkey Kong. Nos paramos y él nos dio un besito a cada una y luego me preguntó ¿Qué fue? Le pregunté si tenía encendedor.

—¿No te acordabas por dónde vivía? —me dijo, encendiéndome el cigarro. —Qué monse.

—Queríamos pasarla con alguien —le dije. —Qué asunto que no vayas a tu reunión.

Caminamos juntos por una calle, en silencio. Bupsy miraba la vereda.

—Ella es mi famosa amiga Bupsy, pues —dije.

—Qué bien —dijo J. —¿Y por dónde vives?

—Yo vivo en la vida —dijo Bupsy.

Entramos en la casa y todo estaba oscuro. Olía como a sopa. Caminamos por un largo pasillo.

—¿No tienes luz? —pregunté.

—Sí, pero así es más bonito.

Subimos a la azotea por una vieja escalera de madera, agarrándonos de la baranda, la luz llegaba desde un fluorescente en lo alto. Eran tres pisos. Yo iba detrás de Bupsy. Tenía miedo de que se cayera.

—Luego me vas a llevar a mi casa, ¿no? —susurró.

—Claro, Bupsy. Pero después. Sigue caminando.

La idea es pasarla bien, pensé. No importa el lugar.

¿Pero por qué he querido venir aquí? ¿Tan pocos amigos me quedan? ¿La escritura me ha aislado tanto?

La azotea se veía desordenada, con botellas de cerveza y puchos en el piso.

Busqué dónde sentarme y J me alcanzó un banquito, luego me dio un trapo y me dijo Hace tiempo que no viene gente acá.

Nos sentamos debajo del cordel, no había ropa. Un foco nos daba en la cara. Bupsy se sentó en una silla de metal que estaba oxidada.

—Chicas, ¿desean tomar algo? Una cerveza, un té… Bajo a la cocina y subo al toque.

—Yo quiero un té —dijo Bupsy.

—Nosotras tenemos vino. Vamos a tomar vino —dije.

J se fue abajo a traer los vasos. Bupsy se hundió en la silla. Parecía molesta.

—¿Te pasa algo?

—Llévame a mi casa.

Pensé que estaba bromeando.

—Bupsy, acabamos de llegar.

—Vámonos de acá o si no me tiro por el balcón.

[Harumi Hironaka]

No lo podía creer.

—Esta es una azotea, no un balcón.

Me miró con furia.

—Llévame y de ahí regresas  —me dijo.

—¡Yo no quiero regresar, quiero estar contigo!

Se quedó mirándome y luego volvió a hundirse en el sillón. Muchachita de mierda, pensé.

J regresó hablando en voz alta. Chicas, dijo. Estaba diciendo que en la tarde había visto el capítulo de Los Simpsons en el que Selma se enamora. Me dio una taza. Yo también había visto ese capítulo.

—De puta madre Los Simpsons —dijo, dándole un vaso de plástico a Bupsy. Ella lo colocó en el suelo, a su lado.

—El problema en ese capítulo era que Selma quería amor —dije. —Por eso dejó al actor que era millonario, y se jodió. ¿Para qué quería amor?

J se sentó en el banquito que estaba entre nosotras. Entonces Bupsy habló.

—Llévame a mi casa —me dijo, observándome.

—¿Ya te quieres ir? —dijo J.

Bupsy acercó su boca a mi oído.

—Llévame, me da miedo este lugar —susurró.

—Ya, ahorita nos vamos —le dije yo.

Era como si hubiera salido con mi hermanita menor. Le sonreí a J, buscando que no se molestara conmigo.

—¿Se van? —preguntó él.

—Vamos a ir al baño, ¿por dónde es?

—Yo les prendo la luz —dijo J.

Bupsy y yo bajamos la escalera despacito, ella iba adelante. No me quería molestar con ella así que le di una palmadita en el hombro. Sentí su hueso. Pero no me dijo nada.

—Oye, ¿qué te pasa? —le pregunté una vez que estuvimos dentro del baño.

Abrí el caño, para que hiciera bulla.

—Llévame a la casa de mi mamá —dijo Bupsy, sentada en el muro de la ducha. Había papel higiénico en el piso.

—¿Quieres que te lleve donde tu mamá y que le diga “Mire, señora, acá está su hija tripeadaza”? ¿Eso quieres?

—Ya no estoy  tan tripeada.

Se le veían todas las venitas de la cara, todos los granitos, todos los puntos.

—Este es el peor trip que he tenido. Este lugar me da miedo, tu amigo me da miedo.

—J es buena gente, y este lugar está así porque no se ha limpiado.

—No me odies, pero necesito descansar. Si duermo un rato se me pasará todo. Llévame a un lugar donde pueda echarme, Saturna.

Me daba cólera su irresponsabilidad. Pero yo también había sido como ella en una época, y supongo que esa es una de las razones por las que es mi amiga.

—Espérame acá —le dije.

Me saqué un conejo del dedo pulgar. No reniegues, me repetía en voz baja. Subí las escaleras pensando cómo le diría a J lo de Bupsy. Pero esas cosas pasan en la vida, ¿no? pensé. Uno tiene que ser conchán nomás.

J estaba fumándose un cigarro. Botaba el humo y luego silbaba. Creo que era algo de Mar de Copas. Nunca antes había visto a alguien fumar y silbar. Era gracioso.

—J, ¿tienes un sillón para que se eche Bupsy?

Se volteó hacia mí completamente.

—¿Está mal?

—Dice que quiere descansar.

J abrió sus ojos y puso cara de asustado. Luego puso cara de preocupado.

—Se puede echar en mi cama —dijo.

—¿Sí?

Claro, ven por acá.

No fue tan difícil, pensé. Gracias.

Bajamos la escalera. J me dijo que iba a dejar la luz del fluorescente encendida.

Me sentía un poco enojada y al mismo tiempo me sentía mal por J. Quizás hubiera tenido que llevar a Bupsy a su casa, pero no quería que su mamá la viera así. ¿Qué pensaría de mí la señora? Yo, que ni siquiera había comido esos hongos… Aparte, Bupsy vivía lejos. Una huevada todo. Yo quería estar en una playa de Hawaii.

Vi a Bupsy con el culo y la zapatilla izquierda apoyados en la pared del baño. Revisaba su celular.

—Por acá, chicas —dijo J desde el corredor.

—Vas a recostarte en la cama de J, ¿ya?

Bupsy asintió con la cabeza y empezó a seguirme hasta la habitación.

—¿Qué le pasa a tu amiga? —me preguntó él, bajito.

—Comió hongos antes de venir —respondí.

—Tres hongos —dijo Bupsy.

—Ah, con razón.

[Hidemi Ito]

J encendió la luz de su habitación. Era una habitación pequeña con una ventana grande, solamente había una cama y un librero. Parecía un vagoncito de tren.

—Bupsy, te quedas acá. Ya vengo.

—¿No me vas a dejar, no?

—No. ¿Alguna vez te he dejado? Si quieres algo, gritas y yo vendré.

—Normal, puedes gritar —dijo J.

Yo sabía que en el fondo ella sabía que la estaba cagando.

J y yo salimos de la habitación y la dejamos recostada.

—Mejor que descanse —dijo J.

Subimos a la azotea. Nos sentamos. Nos quedamos en silencio.

—¿Y el vino? —preguntó él.

—Ah, verdad.

Saqué el tomatodo de mi bolso y vacié un poco de vino en su vaso y en mi taza.

—Nunca antes había tomado vino de taza —dije.

La noche era fresca. J sonreía, y yo creo que empezó a sentirse muy cómodo: con la noche, con su cigarro y conmigo. También creo que tenía ganas de conversar. Me contó cómo eran algunas mujeres de Trujillo. Me dijo que en el 2003  tuvo una cevichería allá, y cuando andaba por las calles algunas chicas se le acercaban a coquetearle. Pero él no les hacía caso. Fuera, zorras, dice que pensaba. Seguro que esas chicas creían que tenía plata. Si supieran que no tenía ni un sol en el bolsillo.

J hablaba un montón. Dijo que en alguna oportunidad una chica lo encaró, le dijo Oye, ¿tú eres maricón o tienes tu señora en Lima? J se reía mientras tomaba el vino y me contaba sus anécdotas, y a mí me hacía reír.

Me levanté de la silla y dije Voy a ver cómo está Bupsy y él dijo Te acompaño. Ya había pasado más de una hora. Fuimos a su cuarto, Bupsy estaba cubierta totalmente por la colcha marrón. Me senté a su lado y le acaricié la cabeza a través de la colcha, le dije Bupsy, ¿estás despierta?

La destapé. Tenía los ojos abiertos pero no decía nada, así que le di una palmadita en el cachete y le dije ¡Habla, mierda!

—¿Ya nos vamos? preguntó ella.

Se sentó. Su cabello estaba revuelto como si dos gallinas hubieran peleado encima, el lápiz negro se le había corrido sobre los ojos.

—¿Cómo te sientes? le preguntó J.

Ella le sonrió, mirándolo a los ojos.

—Arrechaza —le dijo.

Esa Bupsy es una puta, pensé.

Hubo silencio, parecía que J iba a decirle algo pero no lo hizo. Yo también quise decir algo pero no sabía qué. Bupsy se arregló el cabello.

Me voy a la azotea dijo J.

Aunque sonreía, creo que se había avergonzado un poquito.

Salió de la habitación con las manos en los bolsillos.

Me quedé observando a Bupsy. Quise gritarle.

—Tráelo acá —dijo ella.

—¿Qué?

—Trae a J.

—¿Para qué?

—Para cachar los tres.

Bupsy dijo esto y el labio superior le vibró.

—¿Qué hablas? —dije.

—¿Para eso no hemos venido?

—¡No, huevona, él es un amigo!

—¿Y cómo sabes que no quiere tirar?

—¡Si quiere o no quiere, eso a mí no me importa!

[Harumi Hironaka]

Bupsy puso cara de sorpresa. Yo me sentí indignada.

Solté una carcajada.

Salí de la habitación, di unos pasos, pisé mi pasador y casi me caigo. Me sentía exhausta y quería irme de ese lugar.

¿Para qué mierda habré venido acá? pensé. Arrechaza estaba yo, y mírame ahora.

A veces no soportaba a Bupsy.

Subí las escaleras pensando Este día lo voy a recordar siempre. También imaginé que la madera se iba a romper, que mi pie iba a ser tragado por la escalera.

Desde la azotea de J se veía una grúa de construcción. Me di cuenta cuenta de que había luna llena. J estaba sentado con su vaso en la mano. No se percató de que yo había subido. Parecía ansioso, como si estuviera esperando noticias. Le toqué el hombro.

Parece que Bupsy está mejor dije.

Jalé una silla para sentarme.

Sí, a mí también me pareció.

No hice ningún comentario más.

J siempre fue una persona amable. Siguió hablándome de su problema con las mujeres, estoy segura de que podría haber seguido hablando por horas de su problema con las mujeres. Yo solo lo escuchaba y asentía con la cabeza.

¿Y a ti cómo te va con los hombres?

Iba a darle una respuesta profunda pero me dio flojera.

Yo estoy enamorada de mí.

J se rió.

¡Esta conche!le escuché decir.

Esa noche me di cuenta de que todo estaba jodido entre los hombres y las mujeres, todo, y lo único que se podía hacer era reír.

¿Tienes weed? le pregunté.

No, solo cigarros.

—Pero si pareces stone.

—¿Por qué? Ja, ja, ja.

Tu cara, huevón: tienes los ojos rojos.

Así soy.

En lugar de estar escribiendo en mi casa, con mis pies calentitos. Quizás este es mi castigo por haber estado perdiendo el tiempo con arrechuras en la mañana, pensé.

Miré el reloj, había pasado más de media hora. Otra vez tenía que bajar a ver a Bupsy. Ya me había cansado de subir y bajar, bajar y subir, por esa escalera de mierda.

Caminé un poco dubitativa por el pasillo, pensando ¿Ahora cómo se sentirá esta chica? ¿Qué me dirá?

Ingresé a la habitación, Bupsy estaba sentada al borde de la cama poniéndose su zapatilla. Parecía tranquila. Yo estaba esperando a que me dijera algo sobre lo de hace un momento pero no lo hizo. Esta vez sonrió. Me miró bonito.

Ya no me quiero tirar por el balcón dijo.

Me acerqué a ella y le acomodé el cabello detrás de la oreja. Eres la peor del mundo, le dije. También le dije que se levantara de la cama porque ya nos íbamos, y teníamos que dejar la colcha tendida.

Creo que estaba sin tender —dijo Bupsy. —Déjala así nomás.

¿Qué va a pensar J, que somos maleducadas? ¿Eso quieres que piense?

La chica de los dientes beige hacía que me llevara las manos a la cabeza, casi todo el tiempo tenía que estar diciéndole cómo hacer las cosas. Me sentía una vieja cuando salía con ella. Subimos la escalera. Bupsy iba delante de mí, y cuando alzó una pierna pude ver que la suela de su zapatilla derecha se había despegado un poco. Por dónde andará esa Bupsy, que se le abre el zapato, pensé.

Nos vamos —le dije a J, que estaba de pie en lo alto de la escalera.

¿Ya se van? —nos preguntó desde allí.

Sí, mejor, porque mañana hay mucho trabajo dije.

J bajó a darnos el alcance y nos acompañó a la puerta principal, nos despedimos con un beso en la mejilla.

Me pareció que él merecía unas disculpas. Pero yo sabía que Bupsy no se las iba a ofrecer.

—Gracias por dejarme dormir dijo Bupsy, observando el polo de Donkey Kong que llevaba puesto J. Él dijo De nada y entonces Bupsy lo miró directamente a los ojos.

Está bonita tu casa le dijo.

Sí, yo no la diseñé respondió él.

Me jodía un poco tener que disculparme por cosas que yo no había hecho. Pero qué chucha, pensé.

Oye, tendí tu cama dije . Y sorry por la incomodidad.

J sonrió. Creo que no quería que nos fuéramos.

No te preocupes. Cuando quieran.

Bupsy me guiñó un ojo y empezó a caminar hacia la calle. J y yo nos despedimos. Me tocó el hombro y me acomodó la casaca.

Abrígate, no te vayas a resfriar.

—Gracias —le dije.

Se rió bajito y cerró la puerta de su casa.

Ya estábamos afuera.

Por fin, conchesumare. Nunca más salgo con Bupsy, pensé, cerrándome los botones de la casaca.

Me sentía un poquito ebria.

Era medianoche en Chorrillos, hacía frío, y por esa zona no había gente y tampoco pasaban taxis. Pensé A mí me desesperan varias cosas en la vida, pero lo que más me desespera es perder el tiempo. Porque cuando estás escribiendo una historia quieres tiempo. Buscas tiempo. Haría un pacto con el diablo para que me dé más tiempo. O algo así imagino cuando estoy ebria.

[Hidemi Ito]

Bupsy se tapaba la boca frente a mí. Al inicio pensé que quería vomitar, pero estaba atorándose de la risa.

Oye, cuenta, pues. ¿Te ríes solita?

Caminamos hacia el paradero.

Ese huevón es amigo, ¿no?

Sí, es un buen amigo.

A mí no me parece, yo creo que estaba con la pinga doblada.

¡Qué hablas, huevona!

—Y creo que él también quería tirar.

—¡Cállate, huevona!

Le pellizqué el poto para que se callara. Ella gritó. Luego se rió.

—¿Tú cómo sabes que él no quería tirar? —me preguntó.

—Seguro que sí, no lo sé. Pero no habíamos ido para eso.

—Tú antes de ir a su casa dijiste que deberíamos tirar como mierda.

—Sí, pero lo dije en general, ¿no?

—Pero en ese momento, dentro de la habitación, pensé que tú me habías llevado para tirar.

—¿Por qué pensaste eso?

—No sé, seguro porque los tres estábamos en una habitación, ¿no?

Y se volvió a reír, tapándose la boca. Llegamos al paradero. Las bancas eran de cemento, no había techo. Nos sentamos.

No pasaban taxis, y yo, por tener espacio para tomarme selfies, había eliminado las aplicaciones de taxis de mi celular. Encima mis medias estaban húmedas y tenía que cuidar mi cartera. Y Bupsy seguía riéndose. Me desesperaba su risa. Era como la risa de un pavo, un pavo en celo.

—Me dio tanta risa tu cara cuando dije “arrechaza”.

No pude más y me reí. Pasó un taxi de color azul. Estiré mi brazo y lo detuve. No confío en los taxis color azul pero de todas maneras lo detuve, porque quería irme a mi casa a tomar lonche y comer un pan con palta.

 

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(Instagram de Harumi Hiranoka / Tumblr de Hidemi Ito)

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Rompiendo el bloqueo es un curso de escritura de cuatro horas. El objetivo es que los alumnos rompan su bloqueo creativo, y que aprendan a reconocer la gran cantidad de historias que ya tienen escritas en su mente. Hacemos ejercicios específicos para romper el bloqueo, explicamos el método Machucabotones para escribir «rápido y mucho», damos estrategias y trucos para que los alumnos puedan desarrollar su creatividad. Los alumnos salen del taller con material escrito por ellos mismos que les servirá de base para sus propios textos.

Dirigido a todas las personas interesadas en la escritura, a partir de los 14 años. No es necesario tener experiencia previa.

Inversión: s/120.

La inscripción es vía depósito en la cuenta BCP soles 194-29343468-0-65. Por favor, remitir la foto del voucher o la constancia electrónica a nuestro correo: machucabotones@gmail.com.

Pudes encontrar más información en www.machucabotones.com

La Calata Culta

Leslie Guevara es directora de la escuela de escritura Machucabotones. Es autora invitada en los libros de relatos "Sexo al cubo", "Hermosos ruidos" y "21 relatos sobre mujeres que lucharon por la independencia del Perú". Es editora del libro “Once Veces Tú”. Ha realizado talleres de narrativa en cárceles peruanas, en coordinación con la Asociación Dignidad Humana y Solidaridad fundada por el padre Hubert Lanssiers. Actualmente escribe su primer libro.