La Calata Culta Sábado, 22 julio 2017

Vamos a vender nuestros juguetes

La Calata Culta

Leslie Guevara es directora de la escuela de escritura Machucabotones. Es autora invitada en los libros de relatos "Sexo al cubo", "Hermosos ruidos" y "21 relatos sobre mujeres que lucharon por la independencia del Perú". Es editora del libro “Once Veces Tú”. Ha realizado talleres de narrativa en cárceles peruanas, en coordinación con la Asociación Dignidad Humana y Solidaridad fundada por el padre Hubert Lanssiers. Actualmente escribe su primer libro.

Ilustración: Bruno García Alcántara

Cogí el celular de la mesita de noche, abrí la puerta y caminé descalza hacia el baño. El parquet estaba frío. Solo llevaba puesta la bata azul. Empujé la puerta del baño. Levanté la tapa, me bajé el calzón, coloqué mi culo sobre el inodoro. Pensé en masturbarme pero dije No, mejor no. Aquí hace frío. Comencé a orinar y pensé ¿No será que me estoy muriendo? Esa idea entró a mi mente el otro día, cuando estaba en la combi yendo al puente Primavera. En el asiento de adelante había dos señoras conversando. Una le decía a la otra Cuando la gente se va a morir se comienza a enfriar. Primero se le enfría el pie, luego la pantorrilla y luego el poto. La señora hablaba con mucha certeza, como si de niña su mamá le hubiera dicho Mira, esto de morirse es así. La otra asintió con la cabeza y agregó Los ojos se le van viendo borrosos, ¿no?

¿Cómo borrosos? me pregunté yo, en voz baja, sea más específica. Las señoras hablaban y tejían rápido, en el reflejo de mi ventana podía ver el movimiento de sus manos. Yo pensé Si las arrojaran a una piscina igual seguirían tejiendo, y ni cuenta se darían de que están bajo el agua. ¿De dónde se conocerán estas señoras?

El piso del baño estaba frío. Presioné el botón lateral de mi celular y vi un mensaje de texto de Bupsy. Me había escrito a las 2 de la mañana. Decía ¿Estás? Y no, no estaba. A esa hora yo dormía y babeaba sobre mi almohada rosada. Cogí papel higiénico, limpié las gotitas de orina en mi vagina y jalé la palanca. Salí del baño y caminé hacia el balcón con el celular en la mano.

Marqué el número de Bupsy.

980478417. Empezó a timbrar.

Desde ahí arriba observé la acera, una señora y una niña pequeña caminaban juntas. La niña tenía una muñeca entre las manos. La muñeca era de pelo rojo. Como la muñeca que tuve yo. Me la regalaron a los 7 años. Era una muñeca de plástico pero no era una Barbie, las barbies nunca me gustaron. A mí me gustaba que las muñecas tuvieran rasgos reales, que fueran de mirada triste y cachetoncitas.

Bupsy no contestaba. Mi llamada entró a la grabadora y corté.

Recuerdo que en ese tiempo vivía en Pueblo Libre y cuando no jugaba con mis muñecas salía a la calle a jugar matagente con mis amigos. Y un día mi primo me dijo mientras me lanzaba la pelota Vamos a vender nuestros juguetes. Lo primero que pensé fue ¿Por qué quisiera vender mis juguetes? Él me observaba con los ojos bien abiertos y decía Vamos, nos van a dar plata y con esa plata te compras otros juguetes.

Y así fue, les dije a mis amigos Ya vuelvo y él me dijo Te veo afuera de tu casa y corrí hasta mi casa y entré a mi cuarto para meter los juguetes dentro de una bolsa de Santa Isabel. Recuerdo que metí un cofre musical en cuyo interior había una princesita que ya no daba vueltas. Metí dos conchas rosadas marca Polly Pocket. Me gustaba ese juguete, me gustaba la ciudad en miniatura. Y también metí mi muñeca de cabello rojo. Cuando iba a salir de la casa, mi abuela me interceptó con su secador en la mano y me dijo ¿A dónde vas? Le dije que estaba yendo a jugar a la casa de Marianita. Cuando le decía eso mi abuela me daba un beso en la frente, incluso me decía No hagas esperar a Marianita. Marianita era una amiga de la cuadra y era coja. Con ella solo podíamos jugar afuera de su casa. Ella dejaba su bastón de madera sobre el pasto y lo tapaba con su chompa, peinábamos sus muñecas sentadas en unas sillitas rosadas. A ella no le gustaba jugar matagente. Ella decía No entiendo cómo un juego se puede llamar matagente. Yo le decía Juega nomás pero Marianita decía No.

Esa vez caminé por calles que no conocía con mi primo y sus amigos Oscar, Walter y Luis. Yo era la única niña del grupo. Las casas por esa zona tenían techo de calamina, en las veredas había perros durmiendo y montículos de piedra chancada. No sabía dónde estaba pero sabía que era lejos de mi casa. Solo observaba. No sentía miedo, al contrario, sentía curiosidad. Me sentía grande. Yo siempre quise ser grande. Mi primo parecía contento, se reía de todo. Sus amigos le decían Oye, qué feo tu polo de Goku y él se reía. Llegamos al lugar, estaba a la vuelta del Parque de la cruz, olía a pegamento. Mi primo se agachó, cogió una piedrita del piso y tocó el portón metálico. Esperamos menos de tres minutos y salió un chico con granitos en la frente, parecía de 15 años. Yo nunca lo había visto. Estaba con pantalón de colegio y cuando nos vio dijo ¿Por qué traes a tu prima, huevón? Los amigos de mi primo rieron, mi primo también se rió y dijo Ella es diferente. Qué diferente ni qué ocho cuartos, acá no vienen mujeres dijo el chico.

Mi celular comenzó a sonar. Era Bupsy. Le contesté.

—Aló, aló —dijo ella. Se escuchaba como si estuviera en una fiesta. En una fiesta donde ponen reggaeton.

—Te llamé —le dije.

—Sí, estoy en el Chama. No escuché. ¿Por dónde estás?

—¿Qué?

—¿Estás en tu casa? Estoy en Caminos del inca. Quería saber si estabas, para ir un rato.

—Claro, ven —le dije y corté la llamada.

Y por dentro decía Puta madre, por qué tiene que venir Bupsy.

Cerré la puerta del balcón.

Ingresé al departamento, también recordé cómo era ese lugar en Pueblo Libre y me dije ¿Cómo pude entrar a un lugar así? Al final el chico con acné en la frente nos dejó pasar por el portón, el lugar era un patio enorme. Bajo un techo de calamina vi a dos hombres lijando una puerta y sus overoles estaban manchados de pintura blanca. En las paredes sin tarrajear se apoyaban costales con botellas de plástico y de vidrio, el olor a pegamento era más fuerte y eso me gustaba. Sobre el piso frente a mí había vigas de madera apiladas una sobre otra. Era una maderera. En el centro del patio había una balanza grande, de esas en las que la gente se sube y se pesa, pero en lugar de que hubiera una persona había una tina roja. El mismo chico que nos abrió el portón era el que pesaba. Nos dijo que hiciéramos una cola y que echemos nuestros juguetes dentro de la tina. Mi primo y sus amigos estaban detrás de mí con sus bolsas en las manos. El chico con acné me miró y me dijo ¿Tú qué quieres vender? Su voz parecía la de alguien mayor. Yo le extendí mi bolsa de Santa Isabel y él me dijo ¿Qué me das? ¡Échalo! Así lo hice, vacié mi bolsa y lo primero que cayó fue la muñeca.

Recuerdo la noche en que me regalaron esa muñeca. Estábamos en la sala comiendo panetón, y mi mamá me gritó desde el patio ¡Ven, Saturna, mira! Yo pensaba que había luna llena y que íbamos a verla. Mientras corría escuché que algo caía plof en el patio, y cuando llegué vi que al lado de una maceta había una caja blanca con un lazo azul. Mi mamá señaló la caja y me dijo Mira, Papa Noel te ha dejado esto, ¿no viste su trineo?

Los amigos de mi primo también vaciaron sus bolsas dentro de la tina roja. Vi dos espadas y varios muñecos de los Caballeros del Zodíaco, a algunos les faltaba la cabeza. Mi primo también vació su bolsa, él había llevado sus patrulleros. Eran cinco patrulleros, los muñecos de policía usaban lentes oscuros y se podían sacar. El chico del acné pesó en la balanza oxidada todos nuestros juguetes y dijo 20 soles. Los amigos de mi primo sonrieron pero yo sabía que era poquito. Dije ¿20 soles todo? y él escupió en el suelo. Me asusté. La concha solamente le costó 80 soles a mi tía, dije y el chico se quedó mirándome sorprendido y dijo ¡Ya ves! Mi primo me dio un codazo. ¿Vas a vender o no? me preguntó el chico con acné. Sí, le dije, sintiendo ganas de reventarle los granos con una piedra. Ya, dijo él. Y cuando estaba sacando la plata de su canguro, cogí la muñeca de la tina y dije Esta no. ¿Cómo que no? dijo él, mirando a mi primo. Es todo o nada, gritó. La muñeca es mía y no la voy a vender, dije. Quería llorar pero me aguanté. Entonces no te pago dijo él y me arranchó la muñeca. Dame le dije y comencé a forcejear. ¿Para eso traes a tu prima, huevón? gritó él. Suéltala, Saturna me decían los amigos de mi primo. No la voy a soltar gritaba yo. No la voy a soltar. Le quité la muñeca y salí corriendo del lugar, yo misma abrí el portón. Mis cachetes quemaban. Tenía miedo de no saber cómo regresar a mi casa, pero todo el camino de ida había estado observando y sabía que debía voltear en un parque y seguir de frente. Creo que nunca me he vuelto a sentir así. Mi primo no me siguió, se quedó con sus amigos. Yo me regresé a mi casa llorando con mi muñeca y no me perdí.

Suena el intercomunicador.

Debe ser Bupsy pienso y camino hacia el pasillo. Presiono el botón para ver quién es, y veo una frente. Alzo el auricular y digo ¿Quién? Bupsy retrocede y abre su boca ante la cámara y yo le digo Tienes dos caries. Sube. Abro la puerta del departamento y la espero ahí parada y escucho el sonido de sus tacos, toc, toc, toc. Está subiendo. A veces quisiera no verla nunca más pero siempre nos volvemos a hablar. Ella ingresa y me da un beso en la mejilla y me dice Qué bonita tu bata, yo también tenía una bata así. Cierro la puerta. Se sienta en el sillón del pasillo y se quita la casaca. Su polo blanco dice con letras bordadas en hilo rojo Life is short.

—Hace calor, ese Chama olía feo.

—¿A qué olía?

—A durazno podrido.

—¿De dónde vienes?

—De la Bausate.

—¿Quieres tomar algo? ¿Un té?

—Ya. ¿Puedo fumar?

—Sí. Voy a poner aguar a hervir.

Y antes de irme a la cocina, le digo El otro día salí con un chico.

Enciende su cigarro.

—Manya, ¿y qué tal? —me pregunta y se acomoda el cabello detrás de la oreja.

—Bien. Me gustó caminar con él. Con pocas personas puedes caminar —digo, mientras lleno la tetera con agua del caño.

—¿Por qué?

Enciendo la cocina y pongo la tetera.

—Porque te aburres, pero con él no me aburrí.

—¿Y de qué hablaron?

—De las relaciones de pareja.

—Qué aburrido.

—Ja, ja, ja.

—Y por qué no le dijiste Oye, vamos a follar.

—Yo no iba a follar.

Ella se ríe y echa humo de su boca. Su boca es pequeña como la mía. Me mira.

—¿Si no…?

—Fui a comprarle un libro —digo, y me siento a su lado. Bupsy echa la ceniza en el macetero.

—¿En serio?

—Ja, ja, ja.

—Manya, ¿cómo lo conociste?

—Desde hace años quería conocerlo.

—¿Y por qué no te lo follaste?

—No sé. Me puse nerviosa, tenía miedo empezar a decirle algo y vomitarle en la cara.

—¿Y por qué le vomitarías? Loca.

—No sé. Por los nervios.

—¿Dónde estaban?

—En el Parque de la amistad.

—¿Y lo volverás a ver?

—No sé, pero la vida es corta.

La tetera comienza a sonar.

Ya hirvió el agua.

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Leslie Guevara es directora de la escuela de escritura Machucabotones. Es autora invitada en los libros de relatos "Sexo al cubo", "Hermosos ruidos" y "21 relatos sobre mujeres que lucharon por la independencia del Perú". Es editora del libro “Once Veces Tú”. Ha realizado talleres de narrativa en cárceles peruanas, en coordinación con la Asociación Dignidad Humana y Solidaridad fundada por el padre Hubert Lanssiers. Actualmente escribe su primer libro.