La Calata Culta Sábado, 23 septiembre 2017

El otro día fue el otro día

La Calata Culta

Leslie Guevara es directora de la escuela de escritura Machucabotones. Es autora invitada en los libros de relatos "Sexo al cubo", "Hermosos ruidos" y "21 relatos sobre mujeres que lucharon por la independencia del Perú". Es editora del libro “Once Veces Tú”. Ha realizado talleres de narrativa en cárceles peruanas, en coordinación con la Asociación Dignidad Humana y Solidaridad fundada por el padre Hubert Lanssiers. Actualmente escribe su primer libro.

Ilustración: Beereuno

Estoy echada en mi cama con un lapicero de tinta azul y un cuaderno de hojas blancas en la mano. Desde hace rato digo Voy a escribir y no escribo nada. No sé por dónde empezar. Hace frío. No he querido salir a ninguna parte. No he querido ver a nadie. Me da flojera peinarme. Mi mamá siempre dice que dos gallinas culecas se han peleado en mi cabeza. Y yo le digo ¿Por qué tienen que ser culecas?

Abro el cuaderno y pienso en Kerouac diciendo Lo que sientes encontrará su forma. ¿Qué siento? Escribo sin pensar una primera oración. El chico me gustaba pero no sabía cómo decirle Oye, vamos a follar. Me detengo y leo la oración. Pienso Qué roche, cómo voy a escribir esto. Alzo la voz y me digo Escribe sin pensar. Escribe rápido. Escribo.

Así que le dije ¿Quieres tomar té jazmín conmigo? Y él dijo Ya. Antes no hubiera dado esa excusa. Le hubiera dicho directamente mis intenciones. Pero a veces me abrumo y digo tonterías.

Tengo sed. Camino hacia la cocina y me sirvo un vaso con agua. Luego digo Si yo tengo sed las plantas también tienen sed. Bebo rápidamente y abro el caño, lleno un balde transparente con agua. Desde hace días no le echo agua a las plantas. Si no les echo agua yo, no les echa agua nadie, pienso y paso saliva. Yo sé que no debo pensar así. La vez pasada le escuché decir a Pilar Sordo que así pensaban algunas mujeres: Se quejan pero lo siguen haciendo. Pienso Qué chucha Pilar Sordo. Las plantas igual se secan. El balde se llena. Cierro el caño. Saco el celular de mi bolsillo, abro el bloc de notas y continúo escribiendo: No sé cómo se me ocurrió decirle para tomar té. Té tomaba con mi amiga Bupsy en Tarata. Luego el sitio cerró y ella y yo nos distanciamos. No sé por qué. Creo que me cansé de su forma de ser. Ella era un poco déspota, un poco racista, pero a veces veíamos porno y eso era divertido. Nos fijábamos en la iluminación y en la paleta de colores. A veces ella decía Que el hombre no tenga pelo y encendía un Marlboro rojo.

Guardo el celular en mi bolsillo y camino hacia el balcón con el balde en la mano. Le echo agua a las plantas. El galán de noche ya se secó. Al final la señora que me lo vendió tuvo razón, no era una planta para maceta. Los geranios están luchándola. La hortensia sigue entera, no ha querido morir. Me siento en el muro del balcón. Yo también enciendo un cigarrillo y me quedo observando las plantas. Al final todos terminaremos siendo una planta, pienso y esa idea me tranquiliza. Cuando era niña en mi cocina había un árbol. Era un árbol grande y de flores anaranjadas. El tronco salía por una abertura en el techo de calamina. A mí no me gustaba. Recuerdo que en ese tiempo veía los X-Men en la televisión. Me alucinaba la idea de tener un poder sobrenatural. Y me gustaba esa hermandad que existía entre los mutantes. Pero cuando llegaba la noche pensaba que Bestia bajaría a la cocina por el árbol, furioso, y me buscaría por la casa, y rompería de un puñetazo la puerta de mi habitación y me miraría a los ojos, y me comería. Me daba miedo la idea de que alguien se metiera en la casa. No sé si alguna vez llegué a hablarle de esto a mi mamá. Sé que ella no quería cortar el árbol. Yo le decía Mamá, no es normal que las personas tengan un árbol en su cocina. Pero ella no me hacía caso.

El balcón del departamento da a la calle. A un terreno vacío. Es el único espacio sin construir de la cuadra. Y a mí me gustaba que fuera así, decía Ojalá que nunca vendan ese terreno. Y ahora hay un letrero de madera que dice Se vende terreno. Saco el celular de mi bolsillo y sigo escribiendo. Recuerdo que esa noche no follamos. Esa noche solo conversamos. Conversamos un montón. Le conté de algunas parejas que tuve y me reí avergonzada. A veces el pasado avergüenza y al mismo tiempo divierte. Le dije Me gustaría quitarles a algunas personas los recuerdos que tienen de mí. Él dijo Eso no se puede. Sería como arrepentirte. Él también me contó de una enamorada suya que no valoraba su trabajo. Tomamos mucho té. Fumamos muchos Pall Mall y me gustaron sus dientes. Me recordó a una ardilla. Pero eso no le dije. No sé qué más le dije. Dije Es mejor trastabillar que caer y nos reímos. Y también me contó que una vez estaba a punto de follar con una chica y ella le dijo Espera, espera y se sacó un tampón manchado de sangre de la vagina y yo le decía Por qué te ríes y él dijo Lo gracioso está en que ella dijo Espera, espera. Yo pensaba Por qué no lo conocí antes. Y recordé ese poema de Peri Rossi cuando dice ¿Antes de qué? ¿Antes de Hiroshima? Algo así dice ella. Y yo entiendo eso como que no importa si no fue antes. Es ahora y está bien. Porque antes yo era otra persona. Era más cojuda y lloraba mucho. Él también me dijo que antes le escribían más chicas a las redes sociales. Dijo que a veces era por interés, para llegar a un amigo suyo. Y yo le dije Bueno, ahí es intuición nomás y él dijo Claro, pero hasta que me dé cuenta y sonreímos.

El té se acabó. Él se fue al baño. Y yo pensé Me voy y me puse mi zapato. Esa noche quería llegar a mi casa y terminar de leer Putas asesinas. Me levanté de la silla y desconecté de la computadora el cargador de mi celular. Pedí un taxi. Un señor llamado Constantino me iba a llevar en un Hyundai negro. Me llamó la atención su nombre. Debe tener algo con constatar, pensé. Uno siempre tiene que constatar. Quizás por eso escribo, para constatar. Él volvió del baño, se acercó a la computadora y cambió la música, creo que escuchábamos The cure. Le dije Ya me voy y me acomodé el cabello detrás de las orejas. Me sentía tranquila. No sé si fue efecto del té o de la conversación. Él dijo Te acompaño afuera y se puso una casaca negra. Yo no le hice ningún comentario de mis verdaderas intenciones. No me pareció necesario, la había pasado bien. Necesitaba conversar. Hace tiempo no conversaba. Él abrió la puerta, yo salí y sentí frío, parecía que iba a llover. Él me dijo Cuidado con el escalón. Él me acompañó hasta afuera y me dijo Aquí vivió Julio Ramón Ribeyro y yo le dije ¿En serio? Sí dijo él Incluso hay un cuento dónde habla de esta quinta. Te lo voy a pasar.

Dejo de escribir. Cojo el balde vacío. Apago el cigarrillo en el platito de la maceta del galán de noche y cierro la mampara del balcón. Camino hacia la cocina nuevamente y dejo el balde sobre el tablero de granito. También me pregunto ¿Por qué estaré escribiendo esto?

Camino hacia mi habitación y me recuesto sobre la cama. Me quedo observando el techo. No sé qué hacer. O bueno, sí sé, debería dormir porque mañana tengo muchas cosas que hacer pero no quiero dormir. Quiero culear. Hace días que no culeo. Y no creo que culee hoy. Me bajo el jean, me bajo el calzón y pienso Si tengo mi mano, tengo todo. También recuerdo a mi papá diciéndome a los 8 años La mano humana es el mejor invento. Estiro mi brazo y subo el volumen de la laptop. No quiero pensar en nada. Quiero ser la zapatilla que cuelga del cable de luz en medio de la pista. Estoy escuchando Angel de Massive Attack. A los 22 años me gustaba follar mientras escuchaba ese disco. Me froto con dos dedos la vagina. No me meto el dedo. Sigo frotándome y pienso que quiero follar de noche en el malecón Grau. En el baño del centro cultural de España. Y en el parque Pérez a las 3 de la mañana.

Abro los ojos y digo Ya deja de pensar.

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La Calata Culta

Leslie Guevara es directora de la escuela de escritura Machucabotones. Es autora invitada en los libros de relatos "Sexo al cubo", "Hermosos ruidos" y "21 relatos sobre mujeres que lucharon por la independencia del Perú". Es editora del libro “Once Veces Tú”. Ha realizado talleres de narrativa en cárceles peruanas, en coordinación con la Asociación Dignidad Humana y Solidaridad fundada por el padre Hubert Lanssiers. Actualmente escribe su primer libro.