La Calata Culta Martes, 1 enero 2019

No te rías, te estoy contando algo serio

La Calata Culta

Leslie Guevara es directora de la escuela de escritura Machucabotones. Es autora invitada en los libros de relatos "Sexo al cubo", "Hermosos ruidos" y "21 relatos sobre mujeres que lucharon por la independencia del Perú". Es editora del libro “Once Veces Tú”. Ha realizado talleres de narrativa en cárceles peruanas, en coordinación con la Asociación Dignidad Humana y Solidaridad fundada por el padre Hubert Lanssiers. Actualmente escribe su primer libro.

 

Ilustración: Adams Carvalho

Cuando cumplí 13 años, mis tíos me llevaron a un prostíbulo en la Panamericana Norte. Estaba dentro de la maletera de un Toyota, con los ojos vendados, y me habían amarrado las manos detrás de la espalda. “No grites, conchetumare” me había dicho mi tío. Así que no grité. Me quedé calladito. Yo pensaba que me iba a ahogar allí dentro, y que cuando el carro finalmente estacionara dentro del prostíbulo mis tíos abrirían la maletera y me encontrarían muerto. ¿Qué iban a decirle a mi papá? “¿Lo llevamos a cachar y se nos murió en el camino?” No te rías, te estoy contando algo serio.

Yo me reí más.

Yo estaba con el corazón que se me quería salir del pecho. Yo era un coloradito, flaquito, y no sabía cómo cachar.

G decía eso y miraba una pintura en la pared, y con una mano se acariciaba el cuello. Era una pintura abstracta, una gran mancha amarilla con 3 manchitas verdes. Recuerdo que le dije Si tomara ácidos me gustaría observar esa pintura, y él me respondió Yo lo he hecho con éxtasis.

Estábamos sentados, uno frente al otro en la sala de su casa, con la luz amarilla de la lámpara sobre nuestras cabezas.

Lo que pasó luego no lo recuerdo bien.

Recuerdo que estábamos escuchando Radio Futura.

Recuerdo que él dijo Esta noche vamos a bailar, y yo le dije Yo no bailo.

Y cantó Veneno en la piel.

Y yo le dije Pensé que esa canción era de Calamaro, y él me miró con extrañeza, como diciendo ¿De qué hablas, chibola?

Luego dijo que se había lastimado el dedo de una manera ridícula. Yo le pregunté ¿Cómo? Y él me dijo Presionando la tecla T.

Y me reí.

Y él me dijo Tú de todo te ríes, ¿no? Esto también es serio. Yo esa noche estaba escribiendo un poema, hice un mal movimiento al teclear la T, y me tuvieron que enyesar el dedo… ¿Puedes creerlo?

No.

¿Has entrado al baño?

No, aún no.

Bueno, ahí están mis cremas y mis pastillas. ¡Parece una farmacia!

Se levantó de su sillón y me dijo ¿Quieres más vino? Yo le dije Sí. Me sirvió hasta la mitad de mi copa y se sentó a mi lado. Y me dijo Hace frío, ¿no? Yo soy friolento. ¿Tú?

Y con una mano me acarició el rostro.

Me dijo Me gusta tu cara.

Yo no le dije nada.

Cruzó las piernas, y yo le conté que estaba leyendo a Kureishi, y él me dijo ¿Cuál? Intimidad, dije. Él dijo El año pasado leí El regalo de Gabriel. Se levantó y caminó hacia el librero marrón que estaba en un extremo de la sala, y me dijo Tienes que leer este de acá, y me entregó un libro en cuya portada aparecía el dibujo de una mujer rubia pintándose los labios de rojo. Y cuando yo iba a abrirlo, me dijo ¡Dame!

Se volvió a sentar y colocó el libro sobre sus piernas, que cruzaba muy delicadamente, como si tuviera puesta una falda chiquita y no quisiera que se le note el calzón. Y yo pensé Se sienta como una mujer. Y a mí no me gustó eso. Me recordó a mi papá. Su forma de hablar era como de una tía cuarentona que va al Atlantic City a jugar a las máquinas.

¿Qué más recuerdo de esa noche?

Recuerdo que el sillón era cómodo, y que a mi jean le faltaba el botón y se me caía. Estaba ebria.

Recuerdo que comimos quinua con hamburguesa. Recuerdo que las hamburguesas estaban frías, y yo las metí 30 segundos al microondas y luego las coloqué en la sartén. Y mientras hacía eso, él comía galletas de soda con mantequilla. Estábamos comiendo en silencio la quinua y las hamburguesas cuando él dejó el tenedor sobre el plato, tomó un sorbo de vino y me preguntó ¿Cuántas veces te has enamorado?

Yo bebí otro sorbo de vino y no le respondí.

Me puse a pensar y recordé a C.

Recordé que a los 17 años yo quería cachar. Pero C no quería.

C decía No estoy preparado.

¿Qué chucha significa “no estoy preparado”? ¡Me jodía tanto que me dijera eso!

Chibolo huevón.

Muchas veces le pregunté ¿Por qué no estás preparado?

Y un día finalmente me dijo No puedo porque tengo que operarme el pene. Me lo dijo por teléfono, un viernes a las 3 de la mañana. El problema, según él, era que tenía un pellejo sobrante, y que si me la metía se le podía rasgar. Aún recuerdo la frase Tengo que cortarme un pellejo. Terminó de explicarme su problema y lloró, y yo también quise llorar pero no pude.

¿Un pellejo?

Para mí esas cosas eran huevadas. Yo pensaba Cuando uno quiere cachar, cacha. Te pones una crayola y cachas.

Una vez le dije que fuera a mi casa. Mis papás no estaban. Le dije C, no vayas a tu clase de teatro, vente conmigo. Y él me dijo Ya, pero no te pongas calzón. Y así fue, no me puse calzón. Me sentía avergonzada, porque mis amigas no tenían esos impulsos. Ellas querían aprender a hacer tortas y a envolver regalos, pero yo paraba metiéndome el dedo. Quería saber cómo se cachaba. Así que cuando C me dijo lo del calzón yo pensé ¡Por fin, carajo! Cuando le abrí la puerta de mi casa le di un beso en el cachete y él me metió la mano en la entrepierna. Me dijo Qué rico, me hiciste caso. Nos pusimos a ver La pantera rosa en el sillón de la sala, pero en realidad no veíamos nada. Me senté sobre él, mirándolo a los ojos. Y él me dijo Solo podemos manosearnos. Y yo pensé Qué chucha tienes que hablar, sucederá lo que tenga que suceder. Y lo besé. Me excitaba besarlo. Froté mi vagina peluda contra su pierna derecha. Mientras hacía eso él me besaba el cuello. Me oriné. Mi orina salió caliente. Él me dijo Qué es eso. Quise decirle Es mi rica orina, huevón, pero no le dije nada. Me sentía confundida. Su jean estaba todo mojado. Ese día C tenía puesto un calzoncillo rojo (eso no me gustaba). Recuerdo que me arrodillé sobre el piso de la sala y chupé su pene. Y mientras lo hacía yo pensaba ¿Dónde está el pellejo?

Me dio asco. Pero mi curiosidad era más fuerte. Nunca antes había tocado un pene. Yo chupaba esa cosa como si fuera mi biberón, y con mi mano le acariciaba la entrepierna. Y él me dijo Deja, deja. Pero yo seguí chupando. Era como chupar un pedazo de bofe.

En ese momento me di cuenta de que C estaba llorando.

Y yo pensé Chucha, ¿por qué llora?

Su llanto era como ahogado.

Como lloraba El Chavo. Pi, pi, pi, pi, pi.

Lloraba y moqueaba, y un moco colgaba de su fosa nasal. Por un instante pensé ¡C bota semen por su nariz!

Saqué su pene de mi boca. Me acerqué a su rostro y le dije C, no llores. Le soné los mocos con la manga de mi blusa. Y mientras lo limpiaba lo imaginaba como un niño de 5 años diciendo Me he perdido.

Eso era lo que no me gustaba de C.

Yo quería que fuera fuerte, como un marinero a medianoche en altamar. Yo quería que me abrazara luego de hacer el amor a las 3 de la mañana. Y en vez de eso estaba allí diciéndome Lo que pasa es que cachar me da miedo.

G dijo Yo solo me he enamorado una vez.

Y me miró a los ojos.

Me recordó a mi hermano. Entonces yo pensé ¿G se parece a mí?

No puedo volver a enamorarme de nadie más, añadió, sirviéndose más vino.

¿Por qué? le pregunté.

Le observé las manos. Eran pequeñitas, como las de un niño. No sé, no puedo. Cuando eres papá todo cambia. Una vez conocí a una chica en una discoteca de la avenida Larco, lo hicimos en el baño, ella era lesbiana. Estuvo riquísimo pero luego salí corriendo, sin despedirme, pensando ¡Mis hijos, mis hijos! Si te aburro dime, yo hablo un montón.

No me aburres.

G se limpió los labios con una servilleta. Se acercó a mí y nos besamos. Fue un beso de adolescentes. Rápido, con mucha saliva y sin sentimientos.

Yo le dije Los labios se te están pelando.

Y me levanté de la mesa.

Se pasó la mano por su boca y me dijo La playa.

Le pregunté dónde estaba el baño, y él me preguntó ¿Y tú, dónde estabas?

Yo no entendí lo que me dijo. Puse los ojos chiquitos y arrugué la nariz como diciendo ¿De qué hablas, tío? Él hizo un gesto con su mano como diciendo Olvídalo y me señaló el pasillo. Vi una puerta entreabierta, y me metí como pude. Me lavé la cara con agua fría. Y de pronto imaginé que estaba dando un concierto. Yo era la estrella. Era de noche. Había veinte mil, treinta mil personas. No sé qué música cantaba, pero la gente la estaba pasando bien. Habían chicas sentadas en los hombros de sus novios, y muñecos inflables, y globos en forma de zanahorias. Y en un momento, de tanto saltar, el público comenzó a pedir agua. Y yo les dije ¿Quieren agua? ¡Les daré vino! Y les di vino. De mi boca a sus bocas. Y cuando reaccioné, estaba vomitando en el baño de G, con la cabeza dentro del wáter. El vino, la quinua y la hamburguesa salieron mezclados por mi boca. Manché el wáter, mi jean, las mayólicas blancas del piso, una caja de zapatos con las pastillas y las cremas de G. Y me decía No hagas bulla. La cagas más si haces bulla. Vomité también afuera del wáter (cuando uno vomita se vuelve loco, en ese sentido soy como mi papá: vomitamos y pensamos que nos vamos a morir). Me di palmadas en el pecho. Me dije De este baño no saldré nunca. Y pensé en hacer un túnel y escapar como El Chapo.

Hasta que me dije Ya, huevona.

Tranquila.

Y otra voz dijo ¡Nada que tranquila! Tienes que ponerte mosca. ¿Cómo vas a salir de aquí?

Cogí papel higiénico y comencé a limpiar mi vómito del piso. Iba echando el papel empapado de vómito al wáter y al tacho de la basura y pensaba ¿Por qué me pasa esto a mí? ¿Por qué tengo que estar en este baño haciendo esto? ¿Qué tengo que entender?

Jalé la palanca.

Pero no pasó nada.

El tanque estaba seco.

¿Qué iba a hacer? ¿Llamar a G y decirle Pásame un balde?

Me lavé la cara. Me sobé los ojos. Me miré en el espejo. Y me dije Ya, carajo. Piensa en algo divertido.

Así que pensé en C y en el moco que colgaba de su nariz aquella tarde en que se la chupé y él lloró. Aunque eso no fue divertido. Fue triste.

¿Por qué nunca cachamos, C? ¿Por qué tenías tanto miedo? Recuerdo que una vez, después de que terminé contigo, nos encontramos de casualidad en el parque Kennedy y yo quise preguntarte Oye, ¿ya tiraste? Pero no me atreví. Me dijiste que estabas saliendo con una chica de tu instituto, y que le caía bien a tu mamá. Yo te pregunté cómo estaba ella, y tú me dijiste A ti no te quiere ver nunca. Yo te dije Por qué, y tú me dijiste Porque yo le dije que tú me engañaste con cuatro negros. Y yo me reí y paré un taxi. Luego tú cruzaste la Arequipa y te subiste a tu micro.

Si tuviera el número de C, lo llamaría y le preguntaría ¿Por qué lloraste esa vez que te la chupé?

 

 

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La Calata Culta

Leslie Guevara es directora de la escuela de escritura Machucabotones. Es autora invitada en los libros de relatos "Sexo al cubo", "Hermosos ruidos" y "21 relatos sobre mujeres que lucharon por la independencia del Perú". Es editora del libro “Once Veces Tú”. Ha realizado talleres de narrativa en cárceles peruanas, en coordinación con la Asociación Dignidad Humana y Solidaridad fundada por el padre Hubert Lanssiers. Actualmente escribe su primer libro.